El limbo es un estado de suspensión, un espacio intermedio donde la figura se diluye y el significado permanece en constante transformación. A través de esta serie, la obra se despliega en un territorio ambiguo, explorando los límites entre presencia y ausencia, entre la forma reconocible y su disolución en la abstracción. La figura humana, elemento recurrente en la tradición artística, es llevada aquí a su punto de fractura: desintegrada, reconfigurada, suspendida en un umbral donde deja de ser un sujeto para convertirse en un eco de sí misma.
En estas nuevas piezas, el limbo es tanto un concepto como un proceso pictórico. La relación entre figura y fondo se convierte en una dialéctica de desaparición y emergencia, donde la imagen no se define de manera absoluta, sino que fluctúa en el espacio pictórico como un vestigio en transformación. Las composiciones oscilan entre la presencia y la evanescencia, atrapando al espectador en una experiencia visual que desafía la estabilidad de la forma y lo obliga a reconstruir su percepción de la imagen.
Históricamente, el concepto de limbo ha oscilado entre diversas interpretaciones: en la tradición religiosa, ha sido un lugar de espera y exclusión, un espacio habitado por almas que no pueden acceder ni al castigo ni a la redención. En la filosofía, se asocia con la incertidumbre existencial, el tiempo detenido y la angustia de la transición. En la psicología, se manifiesta como un estado emocional de estancamiento, de duelo o de redefinición de la identidad. En cada uno de estos ámbitos, el limbo representa una condición fronteriza, una zona de tránsito que no ofrece respuestas definitivas, sino preguntas abiertas sobre el ser y su relación con el entorno.
El color, elemento narrativo fundamental, actúa como una atmósfera enrarecida que refuerza la sensación de suspensión. Las transiciones tonales y los contrastes velados evocan la percepción alterada del tiempo en el limbo: un presente dilatado, un espacio de espera donde la figura parece atrapada en su propio umbral. En este sentido, Limbo se inserta en la tradición de representaciones del limbo en el arte y la literatura, donde este estado se presenta como una geografía de lo incierto, un territorio donde la identidad se difumina y el espectador es convocado a completar la imagen con su propia subjetividad.
Más allá de la exploración conceptual, la obra nos enfrenta a una sensación profundamente humana: el estar suspendidos en un estado de transformación, en el borde de lo que se conoce y lo que está por revelarse. En el limbo, la pintura se convierte en un espacio de tránsito y posibilidad, donde la incertidumbre no es solo un vacío, sino una forma de existencia en sí misma.
LA SILLA Y EL CUERPO AUSENTEPieza central de la exposición Limbo, esta obra materializa la tensión entre presencia y disolución que atraviesa toda la serie. Sobre su antigua silla de estudio—un objeto cargado de memoria y contemplación—emerge la insinuación de un cuerpo, una figura fragmentada que parece oscilar entre la construcción y el colapso. Como en sus pinturas, Vallejo desdibuja los límites entre la forma y el vacío, dejando que la figura se confunda con el espacio que la sostiene.
Esta obra se inscribe en una exploración de lo inacabado y la humildad de los materiales. Siguiendo la honestidad del Arte Povera, Vallejo deja los materiales a la vista, sin ocultar su estructura: alambres expuestos, espuma expandida, hilos sueltos. Estos materiales, que aparecen con frecuencia en su obra pictórica, funcionan aquí como vestigios de un proceso en constante transformación. La intervención del artista no busca borrar el rastro del proceso, sino potenciarlo, permitiendo que cada elemento conserve su propia voz. Así, la pieza no es solo una representación, sino también el registro de un estado de transición.
En Limbo, la figura no se define de manera absoluta, sino que fluctúa en el umbral de su propia desaparición. Aquí, la silla y el cuerpo son una misma entidad, un ensamblaje donde el espacio de la contemplación se convierte en el cuerpo de la obra. La pieza captura ese momento de suspensión e invita al espectador a completarla con su propia percepción del tránsito, la ausencia y la identidad en transformación.
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