Insilio es habitar el exilio sin cruzar fronteras. Es el destierro que se vive dentro de la propia tierra, una raíz quebrada en su propio suelo.
Muchos de mis proyectos nacen desde la distancia con los llanos, una distancia que no siempre es geográfica, sino también afectiva, política, íntima. Surgen al recordar sus paisajes, sus materias vivas, sus colores en extinción, erosionados poco a poco por violencias que han servido a un destino agroindustrial.
Esta sensación conecta con otros cuerpos que también han sido despojados, aislados, arrancados simbólicamente de sus territorios. Allí toma forma el retrato de sangre de cerdo de Netanyahu: una imagen cargada de significado, que utiliza un material impuro dentro de la tradición judía para subrayar la brutalidad de las políticas de despojo y exterminio que representa. No es sólo una denuncia: es una herida hecha imagen, una provocación que habla del poder, la impunidad y el sacrificio impuesto.
Hoy, como ayer, muchas personas y geografías son arrasadas por formas de violencia que no sólo buscan control, sino borramiento. Son estrategias de expoliación que convierten el paisaje en recurso, y al habitante en obstáculo.
Nota sobre el uso simbólico:
El uso de sangre de cerdo en el retrato de Netanyahu no pretende una ofensa religiosa, sino que funciona como un recurso simbólico que señala la contradicción entre los discursos de identidad sagrada y las acciones políticas profanas que destruyen vidas y territorios. Es una crítica a la instrumentalización del poder bajo máscaras ideológicas o religiosas, y una forma de visibilizar el sufrimiento provocado por políticas coloniales, de ocupación o de despojo sistemático.
Pablo González.