Como si se tratara de un cruce de cables, Germán Sánchez y Javier Cruz se juntan en una muestra que cortocircuita ideas y conceptos que rondan en un imaginario colectivo ya cada vez más mediatizado y estandarizado por los dispositivos de vigilancia y control. Ocultos éstos en aparatos de mediación social a los que como sociedad le fuimos abriendo cada vez más los espacios de nuestra intimidad, entraron primero en la casa, luego en la habitación y ahora en la cama y hasta en las ropas, impregnándonos los ojos y el cuerpo de la radiación de pantallas que nos miran para luego tener algo que decirnos.
Se abre la muestra con una video instalación con televisores a los que se les ha desprovisto de su exterioridad, dejando ver los esqueletos de una visceralidad de cables y circuitos que apenas permiten el funcionamiento de los tubos de rayos catódicos. Este escenario nos instaura en una melancólica nostalgia de unos aparatos que alguna vez fueron tecnología de punta y que hoy solo son el vestigio de un mundo cada vez más dominado por la inmaterialidad de lo digital que aplana y esconde aquello que Cruz evidencia en esta carnicería técnica. Sus pantallas siguen emitiendo una luz que busca internarse en las retinas de los espectadores y que él, ágil y diestramente, fue capaz de extraer y poner en la pared con sus “pinturas” pixeladas del ya extinto Atari 130XE, que reitera en la idea de un tiempo sin cronología ni secuencialidad reinantes.
Por su parte, Sánchez abre el espectro que le impone su compañero para ir más allá con esas Máquinas de Poder. Un huevo en un nido real al que sus dueños alados fueron armando con pedazos de cintas plásticas, es el abrebocas para seguir redondeando la idea de la permeabilidad a la que hemos llegado. El embrión, que alguna vez germinó en ese cúmulo de basura industrializada, es el espejo de una verdadera máquina de vida que surge envuelta en un sistema hecho para moldearnos. Este huevo que incorpora un sensor de movimiento para su posterior emisión sonora, más un gran corazón colgante cuyo caparazón está conformado por cámaras de vigilancia que actúan como escudo protector de lo que se debe y no querer, una escultura cinética que, como gusano, pone de manifiesto otro mecanismo de control con el que se regula la espera, el cableado y los demás dispositivos, nos ubican en otro lugar del acontecimiento. La vigilancia, el orden, el control, pero también el desajuste y el error, evidencias todas de unas políticas de privacidad que imponen un régimen que no solo afecta el ciclo de la vida sino también los sentimientos, el tiempo y las formas en que percibimos los afectos.
La Galería El Coleccionista, se convierte así en un receptáculo para una pertinente reflexión de nuestra contemporaneidad, donde los dispositivos electrónicos del ya lejano pasado y del más actual presente, son desprovistos de su supuesta neutralidad y asumen la camuflada misión del control social, convirtiéndose en plataformas para imaginar nuevos futuros alternativos, donde lo que está en juego no es solo nuestra privacidad, sino también nuestra propia condición humana.
Texto curatorial: Santiago Vélez S.
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